Oda a la normalidad (Mientras el semáforo cambia)
Esta mañana, mientras paseaba a mi perro, me detuve a cruzar una de las avenidas principales camino al parque de perros. En la esquina esperé pacientemente a que el semáforo peatonal cambiara para poder continuar. En ese breve lapso —no más de dos o tres minutos— me entretuve a un ejercicio tan simple como fascinante: observar los rostros de la gente en sus carros, cada uno en su trayecto hacia quién sabe dónde.
Vi padres conversando con sus hijos, ejecutivos con el ceño fruncido, los que iban tarde con el estrés pintado en la cara, distraídos mirando el teléfono y poniendo en riesgo a todos, señoras retocándose frente al retrovisor, curiosos como yo que también miraban hacia afuera. Todos distintos, todos al mismo tiempo, compartiendo un momento en un mismo lugar sin cruzar palabra.
Esa es la vida que observamos mientras vivimos la que nos tocó. Lo que yo llamo la maravilla de lo cotidiano. No sabemos quiénes somos pero nos cruzamos todos los días a la misma hora en el mismo lugar.